Una reflexión sobre el poder y la opresión
- Lucía Fernández
- hace 7 horas
- 2 Min. de lectura
En El viaje sin fin, Alfonso Hernández Catá despliega una amplia red de temas, ideas y cuestionamientos que invitan al lector a mirar más allá. Su escritura no se conforma con contar una historia: quiere que pensemos, que dudemos, que volvamos sobre lo leído y nos preguntemos si realmente entendimos lo que creíamos comprender.
Uno de los ejes más importantes de esa reflexión gira en torno al propio título de la obra: el viaje sin fin. ¿Qué significa? ¿A qué viaje se refiere? ¿Es el viaje del planeta perdido del que habla la historia? ¿El recorrido del lector, que debe reconstruir el relato desde distintos ángulos y documentos? ¿O es, quizás, algo más simbólico?
Lo interesante es que la novela ofrece todas estas respuestas a la vez, sin cerrar ninguna. Desde una perspectiva metaliteraria, Hernández Catá convierte ese “viaje sin fin” en un concepto mucho más profundo. Es la historia dentro de la historia. Es el relato que se dobla sobre sí mismo, que se examina, que dialoga con el lector y le exige participación.
En ese juego de espejos, la novela nos plantea una idea: el verdadero viaje sin fin recae en el ciclo de violencia y opresión. Hernández Catá sugiere que, la violencia que ejerce el poder sobre los oprimidos, se perpetúa cuando los roles cambian. La víctima se convierte en victimario. La injusticia cambia de rostro, pero no desaparece.
Esta reflexión cobra fuerza en uno de los momentos clave del libro: el juicio. Más que una resolución narrativa, se convierte en un comentario sobre la propia novela y sobre la sociedad. Allí se expone el ciclo de la ignorancia, de la violencia, de la necesidad humana de señalar culpables, aunque ya se haya decidido de antemano quién lo será. Es también una crítica a las estructuras que sostienen ese ciclo y que siguen repitiéndose hasta hoy.
Con humor, ironía y una estructura fragmentada que exige una lectura activa, El viaje sin fin nos plantea una verdad incómoda: hay historias que se repiten porque no hemos aprendido a romper con ellas. Hay viajes que no terminan porque no sabemos a dónde queremos llegar.
Hernández Catá no da respuestas, pero deja pistas. Y nos recuerda que, a veces, leer también es una forma de mirar hacia dentro.
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